Estas ciudades están encontrando nuevas formas de reducir los riesgos de la experimentación

De-risking

 

Por largo tiempo, la experimentación ha desempeñado un papel clave en la innovación urbana, ayudando a las y los líderes a comprender mejor las necesidades de los residentes y a evaluar si nuevas soluciones pueden satisfacerlas efectivamente. Pero probar nuevas ideas en el gobierno no siempre es fácil. Preocupaciones en torno a responsabilidad civil, expectativas públicas y recursos limitados pueden dificultar la experimentación, incluso cuando la necesidad es evidente.

A medida que las ciudades gestionan demandas crecientes y presupuestos más ajustados, algunas están encontrando nuevas formas de reducir los riesgos asociados a la experimentación. La meta es hacerla más práctica, más asequible y con más probabilidades de conducir a la acción.

"Las ciudades suelen verse limitadas por cuestiones de responsabilidad", afirma Justin Entzminger, director de prácticas de innovación del Bloomberg Center for Public Innovation de la Johns Hopkins University. Pero iniciativas recientes, como el uso del teatro para actuar posibles soluciones y la oferta más estratégica de espacios públicos para probar nuevas tecnologías, muestran cómo los equipos municipales y sus socios siempre pueden encontrar nuevas formas de experimentar de manera segura y efectiva.

Escenificando problemas potenciales y soluciones prometedoras para un público real.

Para Eddie Copeland, de Londres, pilotear nuevas soluciones es tanto crucial como especialmente difícil en un momento en el que su ciudad y otras del Reino Unido están sintiendo los efectos de presupuestos más constreñidos. Es por ello que Copeland, director de la Oficina de Tecnología e Innovación de Londres, está adoptando un nuevo enfoque de bajo costo: mostrar maquetas de posibles cambios en la prestación de servicios en un escenario real antes de pilotearlas en campo. 

El equipo de Copeland suele empezar por identificar un reto local importante, como el cuidado de residentes de edad avanzada, y luego lleva a cabo actividades de innovación tradicionales, como el mapeo de experiencia, para saber cómo las y los residentes interactúan actualmente con los proveedores de servicios. Armado con esta información, el equipo pasa a una práctica más singular: contratar a actores para que representen escenas de residentes recorriendo el proceso y batallando para conseguir lo que necesitan. Una actuación reciente, por ejemplo, se centró en una mujer que tenía problemas para conseguir cuidados para su esposo, quien sufre de la enfermedad de Alzheimer de aparición temprana. 

La audiencia de estas representaciones es tan importante como los problemas que retratan: los mismos proveedores, tanto locales como nacionales, encargados de prestar estos servicios. 

La siguiente parte de este proceso es la que más entusiasma a Copeland y la que más subraya el potencial de la experimentación de bajo riesgo. Convocar a las principales partes interesadas a estas actuaciones y sus sesiones de seguimiento coloca a la ciudad en una posición única para idear e iterar con todos los socios de prestación relevantes en una misma sala. En el ejemplo anterior, el equipo de Copeland guió a todo el mundo, desde terapeutas ocupacionales del Servicio Nacional de Salud hasta responsables digitales locales y diseñadores de servicios, en la creación rápida de prototipos para seis nuevas soluciones orientadas a ayudar a la mujer y a su marido. Las ideas iban desde lo decididamente analógico ("compañeros de cuidados" que ayudan a residentes como ella a navegar el sistema) hasta una herramienta que utiliza incentivos conductuales para agilizar las derivaciones a los servicios municipales y que luego recurre a la IA para clasificar esas solicitudes dentro de las agencias.

Finalmente, el equipo londinense escenifica las intervenciones propuestas en una reunión subsecuente, de manera que la audiencia pueda ver cómo funcionan antes de decidir con cuáles seguir adelante. Según Copeland, se trata de un acercamiento de bajo costo (el mayor gasto es el del local para celebrar el evento) y que puede utilizarse para poner a prueba cualquier nueva solución sin imponer nuevas cargas a los proveedores de servicios.  

"Puedes ser tan radical como quieras porque no estás poniendo en riesgo a ningún servicio de primera línea", afirma.

Compartiendo los riesgos y los beneficios del desarrollo de nuevas tecnologías.

El llamado sandbox, o "cajón de arena", en el que las ciudades permiten al sector privado y la academia probar nuevos servicios y soluciones en espacios designados antes de introducirlos al mercado más amplio, es una herramienta ya conocida para reducir los riesgos de la innovación. Sin embargo, ahora las ciudades están dando nuevos pasos para adaptar mejor este trabajo a las necesidades de las y los residentes y obtener más valor público en el camino. Al hacerlo, también están dando forma a los mercados urbanos para el bien común.

Por ejemplo, Valencia, España. La iniciativa Sandbox Urbano, que se puso en marcha el verano pasado, se asemeja a sus predecesoras en algunos aspectos básicos al proporcionar terrenos de prueba para emprendedores y académicos en busca de nuevos productos y soluciones. La ciudad ofrece unos 150 recursos públicos—desde parques, plazas y edificios públicos hasta piezas de infraestructura como luminarias y autobuses, e incluso eventos de la ciudad—para que sirvan como "entornos de prueba monitoreados", como los describe la ciudad. La disminución del riesgo aquí consiste en proveer a empresas e investigadores un espacio seguro para iterar, fracasar y volver a intentarlo.

Pero Valencia está haciendo las cosas de manera diferente a como lo han hecho otras ciudades con sus sandboxes en dos aspectos clave: siendo estratégica sobre qué nuevos productos se permiten dentro del sandbox y extrayendo sistemáticamente valor público de su uso para las y los residentes.

"Estamos reduciendo el riesgo del proceso externo de innovación, pero tienen que demostrar que está alineado con los objetivos de la ciudad", explica el Director de Innovación de Valencia, Fermín Cerezo Peco. Por ejemplo, uno de los productos que las y los residentes pueden haber visto recientemente en la ciudad es un robot impulsado por IA que limpia las playas públicas. Como explicó la alcaldesa María José Catalá cuando el dispositivo debutó el pasado julio, éste se eligió por una razón: la limpieza del litoral es una de las principales prioridades de su gobierno.

Además de respaldar la actividad del sector privado alineada con sus objetivos, Valencia está trabajando para que sus residentes se beneficien de estos experimentos de otras maneras. Por ejemplo, los acuerdos de la ciudad con las empresas participantes incluyen provisiones de reparto de beneficios e intercambio de conocimientos. De este modo, la ciudad utiliza su enfoque de sandbox para situarse en una posición que le permita generar ingresos y, de manera crítica, experiencia para su propio uso futuro.

"No hay otra manera de acceder a ese conocimiento y saber qué viene después", explica Cerezo.

Lo que conecta el trabajo de Londres y Valencia es el reconocimiento de que las ciudades tienen obligaciones que el sector privado no. Eso significa que deben adaptar constantemente no sólo lo que prueban, sino cómo lo prueban. Esto les permite satisfacer las necesidades de sus residentes sin comprometer la confianza pública.

Como dice Entzminger, de Johns Hopkins: "Es emocionante ver cómo las ciudades se vuelven creativas a la hora de construir espacios seguros para demostrar lo que se puede hacer cuando la primer y última meta es el impacto en las y los residentes."